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Última esperanza.

Nací una noche fría de invierno y me abandonaron años después en una húmeda mañana de otoño. Así que mi vida se podría resumir así: nací para ser un olvidado.

Soy o fui el pequeño de una familia convencional, lo típico: Papá (hombre que trabajaba muchas horas fuera de casa al que sólo veíamos los fines de semana). Mamá (una mujer de su hogar, de su marido y de sus hijos) Tomás (el primer hijo, el deseado y amado) Jonás (yo, un boca más que alimentar).

Estuve muchos años culpándome y torturándome por qué no sabía lo que había hecho mal para no merecer el amor ni el cariño de mis padres.

Y ahora, echando la vista atrás entiendo lo qué pasó.

Cuando nací, Tomás tenía 6 años y yo debía de ser su última esperanza, nací para salvar la vida de mi hermano, ese era mi cometido.

Fracasé y me odiaron por ello, por eso me abandonaron.

Cuando nació Tomás fue el día más feliz de mis padres, él era el simpático de la familia, siempre sonriente, con mirada viva y brillante, Tomás ocupó el primer puesto en la familia, vivían y se desvivían por él.

Pero Tomás no nació solo, una terrible enfermedad se gestaba en su interior, un monstruo que le comía por dentro y lo iba consumiendo poco a poco, no lo supieron hasta que cumplió los 4 años y a pesar de los dolores y los llantos, él, mi querido hermano siempre sonreía.

Ante la desesperación de mis padres y de la negativa de los médicos de que no iba a ponerse bien. Sólo quedaba una última y posible solución: que tuvieran otro hijo para poder usar su médula y sus células para intentar de darle más vida a Tomás.

Un hijo que salvaría a su rey, a su amor y sus vidas!.

Un hijo que falló, que no estuvo a la altura, que luchó por su hermano pero el destino ya estaba escrito.

Nací después de muchos intentos, nací de la desesperación de mi madre, nací para ser el "hermano salvador", el "niño medicina", qué gran misión para un recién nacido, cuánta responsabilidad para mí.

Recuerdo estar más tiempo en el hospital que en casa, siempre me hacían pruebas y entre agujas y llantos me sentía muy solo. Mamá nunca me abrazaba para consolarme, Papá apenas me miraba pero ambos me decían más o menos lo mismo con un tono duro y áspero:

-Todo es por tu hermano, no llores!- me espetaba mi padre.
-Jonás, tienes que ser generoso, tú no estás enfermo como mi pequeño Tomás, así que no tienes derecho a quejarte- me decía mi madre.

Y a veces era él, el que realmente estaba enfermo el que me animaba y me brindaba un poco de esperanza y amor:

- ¡Gracias, Jonás! cuando me ponga bien iremos en bici hasta la colina y la bajaremos tan rápido que volaremos ¿Vale?- me decía sonriente.

Tomás murió con 10 años. 

Me dejó huérfano con 4, mis padres no supieron que hacer con su dolor, con su tristeza, su rabia y mucho menos conmigo.

Su querido hijo había muerto y yo ya no les servía para nada, nunca me quisieron, así que al poco de enterrar a mi hermano, me llevaron a un parque y ya no los volví a ver más.

Con cuatro años me encontraba ahí solo en una húmeda mañana de otoño, buscando desesperadamente a mis padres, subiéndome a los bancos y a los árboles para ver si los veía, gritando con todas mis fuerzas, pidiendo perdón y jurando que sería bueno, pero nada, no aparecieron.Y fue allí, subido en ese árbol que entendí para qué había nacido. No fui un regalo de Dios, para ellos fui el Verdugo que sentenció a muerte a su hijo amado.

Y ahora, tres décadas después puedo entender el dolor y el sufrimiento que pasaron, un verdadero tormento.

No les juzgo, pero jamás les perdonaré que me utilizaran de esa manera y después me dejaran tirado como una colilla.

Jamás podría abandonar a mis hijos, Adriana, Nerea y el pequeño Tomás son mis soles. Me moriría antes de dejarlos llorando y asustados en un parque. Me arrancaría los brazos y las piernas antes de tanta crueldad.

Porque a los hijos se les debe amar incondicionalmente, porque ellos no piden nacer y ellos nos necesitan más que nosotros a ellos.

Porque tener un hijo es el acto de amor más hermoso que se pueda hacer. Si no lo vas a amar ni proteger ¿Para qué lo vas a tener? ¿Para dejarlo en el olvido?.


María CreeyCrea
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